8/04/2009

Cinco claves del éxito y la riqueza que nunca hay que olvidar (IV)

Cuarta clave: Endéudese de forma inteligente y evite endeudarse de forma innecesaria

El endeudamiento inteligente consiste en tomar dinero en présta­mo para ganar más. Cuando usted toma dinero en préstamo, ponga­mos por ejemplo, a un 10 %, con un buen plan, por medio del cual va a lograr que ese dinero le rinda un 15, 20 ó 25 %, es usted un deudor inteligente. Por regla general la financiación de su casa o de otro bien inmueble por medio de una hipoteca a largo plazo es una forma inteli­gente de endeudamiento.

Un endeudamiento erróneo consiste en tomar dinero en préstamo por medio de tarjetas de crédito o utilizar planes de pago a plazos para financiar un coche, aparatos electrodomésticos o muebles. Cuando pide dinero prestado para sus vacaciones, diversiones, ropa y para gas­tos inútiles en general, es usted un deudor poco inteligente. El tipo de interés que usted paga es, como mínimo, un 50 % más alto que el coste básico del dinero, es decir, del tipo de interés básico. Y usted está res­tando, con ello, cantidades a sus futuros ingresos.

Hace poco vi cómo una joven mujer soltera de 28 años de edad, al abrir su correspondencia comenzó a gritar con júbilo: «¡La he con­seguido, la he conseguido!».

«¿Qué es lo que has conseguido?», le dije, preguntándome qué es lo que estaría haciendo tan feliz a mi amiga.

«¡La tarjeta American Express! ¡Ya me ha llegado! Mírala. Desde ahora soy una de las pocas personas elegidas, y. puedo comprar a crédito en casi todos los sitios.»

Pude comprender la reacción de mi joven amiga. La gente está an­siosa de lograr cierta posición. A la gente le gusta adquirir cosas que no todo el mundo puede tener. Para esta mujer, la tarjeta de American Express le estaba diciendo: «Tienes un trabajo, puedes llevar una vida digna, tienes un buen índice de crédito. Ahora te consideran digna de confianza en el mundo financiero.»

Pero después me pregunté a mí mismo: «¿La tarjeta de crédito es una bendición o una maldición? ¿Le va a ayudar a esta joven a obtener riqueza o va a ser un obstáculo para ello?»

Empecé a pensar en otras cosas que hace tiempo estaban conside­radas como símbolos de una buena posición, como ocurría con los ci­garrillos. Antes de que fueran conocidos los factores referentes a la sa­lud relacionados con el tabaco, los vendedores de cigarrillos decían a las personas que fumar las hacía llamativas, deseables y atractivas.

El fabricante de Camel prometía a la gente que los cigarrillos tran­quilizarían sus nervios y les ayudarían a hacer una buena digestión. Los anuncios publicitarios nos mostraban a gente diciendo: «Andaré una milla en busca de un Camel.»

En este momento, algunas de las personas que empezaron a fumar Camel, no pueden, incluso, ni caminar a lo largo de una manzana de casas en busca de nada. El enfisema, el cáncer, el ataque al corazón y la mala salud en general provocada por el tabaco es el gran precio que los fumadores tienen que pagar por lo que creyeron era una buena posición.

El alcohol se vende por su poder de convertirnos en personas «dis­tinguidas, sofisticadas y dignas de admiración», así como en un mode­lo de comportamiento.

La tarjeta de crédito es como una pistola económica, que mucha gente utiliza para matar su prosperidad futura. Es lo mismo que una droga para un adicto. La tarjeta nos proporciona una euforia inme­diata, que sólo nos conduce a un malestar de la peor especie.

Si tuviéramos un «supervisor financiero», de la misma manera que hay un supervisor sanitario, en todas las tarjetas de crédito estarían escritas estas palabras: «Atención. El uso de esta tarjeta es peligroso para su salud económica. Le puede conducir a gastar demasiado, a te­ner problemas económicos e incluso a la muerte económica (bancarro­ta).»

Todo el mundo conoce la parte buena de una tarjeta de crédito. Es práctica, está ampliamente aceptada como medio de pago, y hace que no tengamos que llevar encima mucho dinero en metálico, co­rriendo el riesgo de que nos roben. Y nos proporciona un informe de cuánto, cuándo y dónde gastamos. Las tarjetas de crédito son indis­pensables en los negocios. Pero la parte negativa de las tarjetas de cré­dito puede interferir en su programa de acumulación de riqueza. He aquí cómo. La tarjeta le cuesta una tarifa anual por el servicio. El inte­rés que las empresas que expiden tarjetas de crédito le cargan a usted, supone, aproximadamente, el doble del interés normal del dinero. Y lo peor de todo, una tarjeta de crédito puede dar lugar a un gasto excesivo e inútil. «Compre ahora y pague después» resulta una tentación irresistible para mucha gente. A los directores de los restaurantes les gusta que los clientes utilicen tarjetas de crédito, ya que, por término medio, los clientes que la usan, gastan un 40 % más que los clientes que pagan al contado y, además, dejan mayores propinas. Al crédito se le puede aplicar todo el mensaje contenido en la cita bíblica: «Lo que siembres, recogerás.» Uno tiene que pagar mucho por sus deudas. El crédito nunca es gratuito, sino que siempre tiene un coste.

Las tarjetas de crédito animan a la gente a derrochar dinero. Estas tarjetas de plástico contribuyen a que usted pierda su cuidado, le dan una falsa sensación de seguridad y le hacen pensar: «Ya se me ocurrirá más tarde cómo pagar.» Una tarjeta de crédito mal utilizada le ayuda a uno a cavar su tumba económica.

De forma que utilice las tarjetas de crédito solamente en aquellos casos en que sea razonable hacerlo. Nunca las use por no tener dinero en su cuenta corriente. Tenga presente que todos los meses aproxima­damente 300.000 tarjetas son retiradas por las empresas que las emi­ten, porque sus usuarios no pueden pagar lo que han gastado por me­dio de ellas.

Nuestra cultura está llena de frases hechas que nos dicen que tene­mos que gastar hasta el último céntimo que podamos de forma inme­diata. «Vive rápidamente, muere joven y ten un cadáver bonito.» «Come, bebe y sé feliz, ya que mañana puedes estar muerto.» «Vive al día.» «Lo que sea, será.» Todas estas frases son recomendaciones para una felicidad a corto plazo.

¿No es más razonable mirar la vida desde un punto de vista más positivo, constructivo y de largo plazo?

Piense en términos microeconómicos...
Piense: ¿qué es lo mejor para mí?

Durante varias décadas he tenido una relación profunda y conti­nuada con un hombre que es multimillonario. En este momento tiene 87 años de edad y su fortuna supera los 400 millones de dólares. A pesar de su inmensa riqueza, su estilo de vida es extraordinariamente simple. No tiene un yate, no tiene aviones privados y solamente hay una chica de servicio interna en su casa. Su objetivo económico princi­pal es hacer dinero, «porque disfruto con ello y cuanto más dinero hago, más bien puedo hacer por los demás». Es una persona muy ge­nerosa, que ayuda a buenas causas y a mucha gente, casi siempre de forma anónima. Este amigo mío tan adinerado proviene de una fami­lia pobre, de forma que adquirió su enorme riqueza empezando desde cero. Pero a menudo me dice: «Mis padres me enseñaron los principios religiosos, y he encontrado mejores ideas sobre cómo ganar dinero en la Biblia que en todos los demás libros que he leído.»

Mi amigo y yo hemos pasado juntos muchas horas, hablando so­bre el misterio de la acumulación de riqueza. Este es un pequeño con­sejo que es aplicable al momento presente: «Te diré», me explicaba, «yo tenía 45 años antes de saber qué querían decir las palabras “mi­croeconomía” y “macroeconomía”. Pero cuando aprendí su significado, entendí por qué me iban tan bien las cosas. Había estado practicando la microeconomía toda mi vida sin saberlo. Como sabes, la mayoría de la gente lee los titulares de los periódicos. Todos los días escuchan las noticias económicas. Piensan que las fluctuaciones económicas, del día a día, son importantes. En mi opinión, no lo son. La gente cree que su futuro económico personal depende del panorama económico nacional. Si la economía se va hundiendo en una recesión, ellos dan por sentado que sus finanzas personales van a decaer también. O, por el contrario, si la tendencia es hacia un gran crecimiento económico, piensan que eso les va a beneficiar.»

«Pero eso es absurdo», continuó mi amigo, «yo no me preocupo de la economía norteamericana, ni de la europea, ni de la mundial. Yo me ocupo solamente de mi economía. Nunca he prestado demasiada atención a los índices de valores de Dow-Jones. Yo atiendo a la lógica de cada situación. Allá por los años 50, la lógica me dijo que la segun­da mitad del siglo XX iba a ser próspera para los estados del sur y para el sur de California. Por lo tanto, yo invertí en bienes inmuebles en Atlanta, Dallas y San Diego. Viajé mucho en aquellos tiempos, y me di cuenta de que algunas de las grandes ciudades del norte tenían auténticos problemas.»

«Como puedes ver», continuó, «la gente que actúa bien gana dine­ro, con independencia de la situación económica general. Y los tontos perderán dinero incluso en la mejor de las situaciones. El mero hecho de que otras personas estén en una mala situación financiera no signi­fica, por sí solo, que tú también tengas que encontrarte en la misma situación. Incluso la peor de las epidemias solamente mata a una parte de la población. Ocurre lo mismo con una recesión económica. La ma­yoría de los negocios sobreviven, y los mejores siempre salen bien del apuro.»

«¿Qué me dices del oro?» le pregunté.

«Bueno», contestó mi amigo. «Por supuesto que no te puedo decir cuánto oro habrá el próximo año. Ni tampoco, incluso, cuánto habrá en los próximos cinco años. Pero lo que sí sé es lo siguiente. A largo plazo, siempre hemos padecido un proceso de inflación, y el precio del oro sube cuando el dinero es barato. Recuerdo haber leído que paga­mos a los indios, por la isla de Manhattan, pepitas de oro por un valor de 25 dólares. Tal y como lo veo yo, los indios hicieron un buen nego­cio. Si yo hubiera invertido 25 dólares en el año 1626, que fue cuando compramos la isla, y los hubiera invertido solamente a un 15 % de in­terés compuesto, ahora tendría más dinero que lo que vale en este mo­mento toda la isla.»

«Me preguntabas por el oro; pues bien, cuando Roosevelt eliminó de nuestra economía el patrón oro, su precio estaba fijado en 35 dóla­res la onza. Cuando la inflación nos afecte otra vez duramente, el oro volverá a subir mucho.»

«¿Me estás diciendo que la inflación va a continuar?»

«Claro que sí», me dijo, «eso es inevitable. Pero la inflación siem­pre se produce a saltos. Nunca permanece de una forma constante en un 5 o un 11 % al año. En algunos períodos de tiempo, habrá muy poca inflación o nada; incluso puede ocurrir que haya deflación. Pero cada diez años, más o menos, habrá una gran subida. Pero la inflación no me preocupa. Las buenas inversiones casi siempre aumentan de va­lor más que la tasa de inflación. Antes de invertir en algo, siempre re­cabo, como mínimo, dos y, a veces, tres o cuatro opiniones. Las escu­cho todas. Pero la decisión siempre la tomo yo. Me hago cargo de que se trata de mi dinero y de que nadie está tan interesado como yo en tomar la decisión adecuada.»

Resumiendo: Piense en términos microeconómicos. Piense qué es lo mejor para usted. Nunca haga nada —especialmente invertir dine­ro— solamente porque otras personas lo hacen. Pida consejo, pero tome las decisiones por sí mismo.

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